Unos versos de La Fontaine hablaban del tatuaje así: «¿Qué es eso? / Nada / ¿Cómo nada? / Poca cosa. / Algo será. / Será la señal del collar a que estoy atado.
/ ¡Atado! Exclamó el lobo: pero ¿cómo? ¿No váis y venís adonde queréis?
/ No siempre, pero eso ¿qué importa?». A todos estos «perros» sin amo,
con algún grabado o inscripción alrededor de su cuerpo, está dedicado un
estupendo volumen recopilatorio de más de 2.000 tatuajes impresos en
550 «individuos peligrosos» del siglo XIX, radiografiados por tres
doctores franceses de la época (Alexandre Lacassagne, Albert Le Bond y Arthur Lucas)
en varias cárceles. Esos dibujos no testimonian solo unas
características físicas, sino que evidencian un completo estudio
antropológico y forense de la psique de los criminales y prostitutas
analizados. Porque el «tatu», que procede de la palabra «tátau» de
los habitantes de las islas de Tahití y Tonga donde designa esa
práctica milenaria de taladrarse la piel, ha experimentado una gran
evolución a lo largo de los siglos y ha sido mucho más que un dibujo,
según recoge el libro «Tatuajes de criminales y prostitutas» que ha publicado la editorial Errata Naturae.
Porque si en la actualidad el tatuaje se hace de forma voluntaria y es símbolo de modernidad y tendencia de moda (no faltan rostros populares comola actriz Angelina Jolie, el futbolista Beckham o la cantante Lady Gaga que presumen de sus dibujos), en el siglo XIX había que recalar en los bajos fondos para descubrirlos.
Y es ahí, en las cárceles de Saint Paul y Saint-Lazare donde médicos
como Lacassagne, un «sabio del crimen» que aglutinó miles de
inscripciones en sus fondos que luego cedió a la biblioteca de Lyon,
retrataron perfectamente qué significaba cada tatuaje. Todo el material
que logró congregar era un ADN del criminal: el tatuaje era como el DNI de cada persona, y
junto a ellos agregó este doctor los datos del tatuado, sus nombres y
apellidos, edad, origen, fecha, lugar en el que se hizo la inscripción,
el procedimiento empleado, su descripción, colores y las variaciones que
experimentaron.
Número de batallones o de condenas
Este
estudio antropológico sin precedentes sirvió para formular después una
doctrina médica sobre la influencia del medio social en la formación del
llamado «individuo peligroso». En su análisis, Lacassagne habla de cómo
el tatuaje era un aspecto sustantivo para identificar rápidamente al delincuente.
La mayoría de quienes los llevaban procedía de las filas militares,
donde era frecuente que uno a otro se taladrase la piel (incluso que
sacasen un beneficio por ello), o reflejaban también el número de
condenas que pesaban sobre el varón. Otras veces -estipuló el doctor-
esos dibujos del delincuente trasladaban sus sentimientos, puesto que a
través del punzón o la aguja el sujeto estaba pidiendo a gritos que aflorase su fuero interno.
Algunas inscripciones tienen sentido para el que las porta, otras son simplemente delirios del sujeto marginal, y a todos estos seres anónimos el doctor les pone imagen y da voz en estos archivos, inéditos hasta el momento en España. Es el caso del sujeto más tatuado que encuentra en su carrera, Charles,
quien es merecedor de un completo retrato en la página 57 de esta
publicación: «Su piel es un museo de excepcional riqueza y de un hermoso
procedimiento. ¡Es un Coloso! Ni un centímetro cuadrado está exento de decoración. Nuestro hombre está literalmente tatuado desde la raíz del cabello hasta la punta de los pies. (...) En uno de sus ingresos en la cárcel, llegó incluso a afeitarse la cabeza y tatuarse la piel del cráneo. Ahí lleva un símbolo: el sol rodeado de una colonia de cucarachas bailando
una zarabanda. En la frente, un credo: ¡Viva Francia! ¡Libertad,
Igualdad, Fraternidad! Y un estado civil: ¡Hijo de la desdicha!».
Pocas historias como la de Charles tan sintomática de todo lo que quiere explicar este libro: la piel contenía historias humanas y una efigie apta de quien los sostenía.
El varón: en los brazos, el pene o el pecho
¿Dónde
llevaban el tatuaje esos marinos, herreros, prisioneros y militares,
los oficios donde se encuentran más dibujos? Los más habituales se
situaban en uno o los dos brazos y en el pecho. No faltaban lunas
tatuadas en la piel de la frente, el espacio debajo del ombligo o el
vientre se destinaban a las figuras de simbología más erótica, también se tatuaban el pene los criminales y las nalgas, mientras que se reservan el pecho y la espalda para los grabados más grandes, pero nunca en la cara exterior de los muslos por ser la zona más sensible y escondida.
Los más recurrentes son los iconos fantasiosos o históricos, los hay
amorosos y eróticos, seguidos de las metáforas o de significado militar,
por ese orden.
Charles,
huérfano de madre y marcado por una vida decadente, se queja con
amargura en una misiva al primero de los doctores galos: «Son estas
figuras, tatuadas incluso en mi cara, las que me impiden trabajar».
Junto a él, otro ejemplo, M.,
espía y proxeneta, que lleva escrita toda su historia en la piel, como
un dibujo que recuerda al buque «L'Esperance», que naufragó en las
costas irlandesas donde se había embarcado como grumete. Con una cabeza de caballo quería recordar día tras día a aquel a quien mató a los 12 años a puñaladas por simple gusto. Así era M., otro criminal.
Técnicas para taladrar; difíciles de quitar
Los
doctores Le Blond y Lucas también utilizaron el reguero de sabiduría
que había compilado el médico precursor para bajar al inframundo de la
prostitución e incluso trazan las diferentes técnicas seculares
empleadas para grabar la piel y también para borrarlos, algo más
complicado pues durante mucho tiempo se consideraron «manchas indelebles», casi imposibles de quitar.
Los útiles empleados para taladrar la piel pueden ser desde escamas de caparazón de tortugas (los papúas) bañadas en pintura negra que se golpea con una varita para provocar una herida en la piel, hasta agujas con tinta china
y otros materiales. Para lograr que desaparezcan esas marcas, los
doctores describen que «puede pasar de forma natural, pero no sucede a
menudo», por lo que a veces se aplicó un martillo sumergido en agua
hirviendo sobre el tatuaje, o una mezcla de grasa de cerdo y ácido,
incluso dejan caer otra fórmula para borrarlos: «Curarás los estigmas si
los untas de los residuos de orina con vinagre muy fuerte».
Las prostitutas, que en la Francia del siglo XIX eran consideradas «un mal necesario»
por lo que se intentaba gestionar este oficio computándolas en un
registro, también recurrían en alguna ocasión a un método más rápido
para borrarse un tatuaje, que en su caso delataba las siglas del amante o al tatuador cliente que
se consideraba en posesión de esta mujer y a la que esperaba «la tumba o
la amenaza» si no accedía a ser dibujada: inscribían un nuevo grabado
para borrar el anterior. Este procedimiento recordaba, en parte, las
artes empleadas por las argelinas, a quienes se considera núbiles desde
los 10 años: durante el sueño estas féminas quemaban con cigarrillos la
piel del amante y así, si éste decidía cambiar de cama, la rival pronto
reconocería que «pertenecía» a otra.
Marca de decadencia moral en la mujer
A las mujeres estaba prohibido tatuarlas en otra parte diferente del cuerpo que no fueran los brazos, las manos, los labios y las orejas. De hecho en la mujer supone una marca nefasta y refleja su decadencia moral.
La casuística para que una mujer «que había abandonado el buen camino»
estuviese tatuada se debía, por lo general, a que se había entregado a
un tatuador profesional, o para significar al amante o su profesión (un
ancla, si era marinero, es un símbolo usual). «¡Cuántos dramas quedan al descubierto
con un solo vistazo a plena luz del día a las incripciones!», dicen los
médicos Le Blond y Lucas, y radiografían una por una las estampas
localizadas en el cuerpo de las meretrices, resultándoles la más curiosa
la de una mujer que tenía el retrato de un maleante que sonreía si
estiraba la piel o hacía muecas en función de los diferentes estados de
ánimo.
No faltaban alegorías mas profundas como la espera al amante que se fue al servicio militar o a colonias. Las hay también groseras y obscenas, como aquellas mujeres que se grabaron «J'aime la bite ("me gustan las pollas")»; y mucho más románticas,
las de las féminas que optaban por el corazón con nombres de hombre o
de mujer (y los doctores agregan: ya se sabe lo que quiere decir, no
hace falta explicarlo).
Más
original era, sin duda, el uso en Nueva Zelanda del tatuaje o «moko»
que se imponía también como sello o firma de la familia a la que
correspondía, o incluso se los ponían para tapar las arrugas y señales del envejecimiento.
También podían tatuarse como una especie de calmante para la salud,
aplicado porque causaba un aumento del espesor del sistema cutáneo que
protegía a los neozelandeses de las picaduras de los mosquitos, relatan
ambos doctores.
Los
facultativos galos acaban su «memoria de tatuajes» alertando de las
consecuencias de que te marquen la piel de forma imprudente: «Los
tatuadores no realizan su trabajo de forma impune y se han denunciado
casos de septicemia, gangrena y muerte». Urgen a adoptar medidas que
limiten la libre práctica de este tipo de «mutilación» y subrayan: «La
única aplicación del tatuaje digna de elogios es la que tiene como fin la reparación de manchas en la córnea». Era el siglo XIX y no se concebía el tatuaje como mero adorno. (FUENTE: ABC).
Conocía a los integrantes de la escuela de Lyón como una de las escuelas criminológicas que buscaba explicaciones sobre el crimen de manera menos determinista:"El delito creían que se contagiaba y era una enfermedad moral"(eran coetáneos de Pascal)pero no sabía que uno de los estigmas en los que más habían profundizado para fundamentar su teoría era el tatuaje.
ResponderEliminarEn conjunto me ha gustado mucho
Un saludo respetuoso y agradecido
Trini
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