Robert Spencer.- ¿Por qué va a importar que Mahoma no haya existido?
La versión aceptada de la crónica de los orígenes del islam se supone
desde luego precisa históricamente. Si bien muchos no aceptan la
afirmación que Mahoma fuera un profeta, pocos dudan de que haya existido
un caballero de nombre Mahoma que a principios del siglo VII empezó a
afirmar recibir mensajes de Alá a través del ángel Gabriel. Muchos de
los que han visto mi nuevo libro, ‘¿Existió Mahoma? Una investigación
académica del oscuro origen del islam’, preguntan si importa en alguna
medida que existiera Mahoma –después de todo, miles de millones de
musulmanes están convencidos de que existió, y no van a dejar de estar
convencidos por alguna investigación histórica–. Pero las numerosas
indicaciones de que el relato estándar de la vida de Mahoma tiene más de
leyenda que de hechos tienen en realidad considerables implicaciones
para el panorama político contemporáneo.
He aquí unos cuantos de los puntos débiles del relato tradicional de la vida de Mahoma y los primeros días del islam:
No hay ninguna constancia histórica de la presunta muerte de Mahoma en el 632 hasta más de un siglo después de la fecha.
Los primeros relatos redactados por los pueblos conquistados por los árabes no mencionan nunca el Islam, ni a Mahoma, ni al Corán. A los conquistadores los llaman “ismaelitas”, “sarracenos”, “muhajirun” o “hagarianos”, pero nunca “musulmanes”.
Los conquistadores árabes, en sus monedas y sus inscripciones, no mencionan el Islam ni el Corán durante las seis primeras décadas de sus conquistas. Las menciones a “Mahoma” son inespecíficas y en dos instancias al menos se acompañan de una cruz. El nombre podría estar utilizándose como distintivo honorífico.
Los primeros relatos redactados por los pueblos conquistados por los árabes no mencionan nunca el Islam, ni a Mahoma, ni al Corán. A los conquistadores los llaman “ismaelitas”, “sarracenos”, “muhajirun” o “hagarianos”, pero nunca “musulmanes”.
Los conquistadores árabes, en sus monedas y sus inscripciones, no mencionan el Islam ni el Corán durante las seis primeras décadas de sus conquistas. Las menciones a “Mahoma” son inespecíficas y en dos instancias al menos se acompañan de una cruz. El nombre podría estar utilizándose como distintivo honorífico.
El Corán, incluso según los relatos de los musulmanes eruditos, no se
reparte en su forma actual hasta la década del 650. Arrojando serias
dudas sobre ese relato estándar está el hecho de que ni los árabes ni
los cristianos ni los judíos de la región mencionen su existencia hasta
principios del siglo VIII.
No empezamos a oír hablar de Mahoma, el profeta del islam, ni del
propio islam, hasta la década del 690 durante el reinado del califa Abd
al-Malik. Las monedas y las inscripciones reflejo de las creencias
islámicas empiezan a aparecer también alrededor de esta época.
A mediados del siglo VIII, la dinastía abasí sustituye a la línea
dinástica omeya de Abd Al-Malik. Durante el periodo abasí prolifera el
material biográfico de Mahoma. La primera biografía completa del profeta
del islam aparece finalmente durante esta era –125 años después por lo
menos de la fecha de su muerte tradicional-.
La falta de detalles de confirmación dentro del relato histórico, el
tardío desarrollo del material biográfico acerca del profeta islámico,
la atmósfera de división política y religiosa en el seno de la cual se
desarrolla el material y muchas otras cosas sugieren que el Mahoma de la
tradición islámica no existió, o que si existió, fue notablemente
distinto de la forma en que lo retrata la tradición.
¿Cómo dar sentido a todo esto? Si las fuerzas árabes que conquistan
tanto territorio a partir del 630 no estaban movilizadas por las
enseñanzas del nuevo profeta y la noticia divina que predicaba, ¿cómo
llegó a surgir el carácter islámico de su imperio? Si Mahoma no existió,
¿por qué fue necesario inventarlo?
Cada imperio de aquella época tiene una religión propia. El Imperio
Romano Bizantino era cristiano. Su rival Persia, en tanto, practicaba el
zoroastrismo. El imperio árabe controló enseguida y necesito unificar
enormes ampliaciones territoriales en las que dominaban distintas
religiones. El imperio crecía rápidamente, rivalizando al poco tiempo
con los imperios bizantino y persa en cuanto a tamaño y poder. Pero al
principio no tenía una teología política atractiva que compitiera con
aquellas teologías que iba suplantando al cristalizar sus conquistas.
Necesitaba con urgencia de una religión común –una teología política que
brindara los cimientos de la unificación del imperio y que asegurara la
fidelidad al Estado–.
Hacia finales del siglo VII y principios del siglo VIII, los líderes
del mundo musulmán empiezan a hablar concretamente del islam, de su
profeta, y con el tiempo de su libro. Empiezan a circular las historias
de Mahoma. Un profeta guerrero que justifica el agresivo expansionismo
del nuevo imperio. Brindar excusa teológica a estas conquistas -.cosa
que hacen el ejemplo y las enseñanzas de Mahoma– las sitúa más allá de
la crítica.
Es el motivo de que el islam se desarrollase como religión tan
marcadamente política. El islam es una confesión política: el reino
divino es de este mundo, esperando la ira y el juicio divino no sólo en
la otra vida sino también en ésta, juicio a ser cumplido por los fieles.
Alá dice en el Corán: ‘En cuanto a los infieles, les castigaré con
terrible agonía en este mundo y en el próximo. No tendrán ayudas ni
salvación (3:56)’”.
Alá también ordena a los musulmanes emprender la guerra contra los
infieles, los apóstatas y los politeístas (2:191, 4:89, 9:5 y 9:29).
Hay razones de peso para llegar a la conclusión de que Mahoma, el
mensajero de Alá, aparece solamente después de que el imperio árabe
estuviera firmemente asentado y justifica una teología política que lo
sustenta y lo unifica. Mahoma y el Corán cimentaron el poder del
califato omeya y más tarde el del abasí.
Esto no son especulaciones académicas. El mundo no musulmán puede
verse ayudado significativamente en su interpretación de la amenaza de
la yihad global –interpretación que ha brillado por su ausencia hasta
durante el apogeo del 11 de septiembre de 2001– a través de un examen
cuidadoso y sin prejuicios de los orígenes del islam.
Hay un gran debate en la actualidad en Estados Unidos y Europa
Occidental en torno a la naturaleza de la ley islámica; legislaciones
anti-sharia han sido propuestas en 20 estados por lo menos, y en un
estado –Oklahoma– se votó a favor de prohibir la ley islámica en
noviembre de 2010, aunque ese código fue revocado rápidamente como
violación de la libertad religiosa de los musulmanes. Otros se han
resistido con éxito apoyándose en los mismos motivos.
Si se entiende que la faceta política del islam precede a su faceta
religiosa, eso puede cambiar. Pero sólo sucederá si una cifra suficiente
de personas están dispuestas a llegar adonde la verdad puede llevarles. (FUENTE: ALERTA DIGITAL).
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