jueves, 4 de octubre de 2012

Las violaciones más impunes llamadas "sumisión química".

Basta con diez o veinte miligramos de Zolpidem, el principio activo del somnífero más vendido en España, disueltos en el cubata. En pocos minutos, la voluntad de la persona, su capacidad para resistirse a cualquier tipo de agresión, se anula por completo. Y desaparece del organismo en menos de 24 horas. Su efecto es tan diabólico que puede dejar una secuela amnésica: cuando la víctima se da cuenta de lo que ha pasado no puede demostrar gran cosa ante el juez. Por eso, hay que actuar rápido, ir inmediatamente a un hospital para que busquen la droga en la sangre y la orina. No es algo puntual, ni un rumor amplificado en internet. Forenses, policías, sanitarios y asociaciones de ayuda a víctimas confirman que los casos no dejan de crecer. «Es muy importante que la gente sepa que esto pasa y hay que denunciarlo», advierte Teresa Echevarria, enfermera de urgencias del Hospital Clinic de Barcelona, el primero de España que empezó a llevar un registro de este tipo de agresiones... en 2009. Sí, es muy reciente. Casi tanto como su nombre en español: sumisión química.
Lo acuñó el catedrático de Toxicología Manuel López-Rivadulla en 2008, el primero en publicar algo científico en nuestro país y, por tanto, muy al día de la dilatada experiencia en otras latitudes como Canadá, Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña. Allí, cuando una mujer dice que la han violado, pero que no ha podido resistirse «porque me encontraba como en una nube», las urgencias actúan con extrema rapidez y con un protocolo claro para que las pruebas no se borren del organismo. A Sara, la autora de las comillas, no le aplicaron ninguno. No existía.
En abril de 2010, cuando se presentó en las urgencias de un hospital de Castilla-León contando que «todo es confuso, pero tengo muy claro que me han violado y no he podido hacer nada para impedirlo», los sanitarios alucinaron. Siendo sinceros, es para extrañarse. En estos temas el límite entre lo normal y lo anormal es muy poco preciso. No había restos de semen, ninguna sustancia extraña en las muestras de sangre, ni arañazos, tampoco hematomas. Pero la chica, con los 19 recién cumplidos, insistía en el hospital y en comisaría: «Un tipo de cuarenta y muchos que a veces trabaja en la discoteca me ha violado».
Año y medio después, el juez ha archivado su caso por falta de pruebas. El tipo en cuestión declaró que fueron relaciones consentidas. Con preservativo. Sara recuerda ahora muchos detalles: «Todo empezó en un garito donde un hombre al que conocía de vista me trajo un Barceló con Coca Cola. No noté nada raro. Un leve mareo, quizás. Luego empecé a sentirme como en una nube, le decía a todo que sí. Iba flotando, me llevó al parking, nos metimos en su coche y acabamos en un descampado. Yo no quería, pero no podía físicamente decirle que no. Me dijo 'vamos atrás y quítate la ropa'. Me la quitó él. Empezó a besarme, se me puso encima y seguía sin poder hacer nada. Mi cuerpo, mis brazos, mis manos, mis piernas, ni siquiera la voz me respondían. Quería gritar ¡noooooooooooooo!, pero era imposible. Yo era consciente de que me estaba violando y no podía hacer nada. Sé que suena raro, pero es tremendamente angustioso».
La dejó en su casa, durmió un rato y se despertó llena de dudas. ¿Qué ha pasado? ¿Un mal sueño? Pasadas unas horas se espabiló del todo y se lo contó a una amiga. Luego a su madre. A la Policía, dos días más tarde. Demasiado tarde. Los análisis dieron negativos. El mal se había esfumado de su sangre, no de su cabeza. Ha estado peleando en los tribunales año y medio para nada. «Lo más duro es comprobar dos cosas: que no puedes ganar ante un juez porque no hay rastro que valga y luego está la incredulidad de la gente. En mi entorno les costaba entender que no me defendiera. Tener que justificarte una y otra vez, cuando eres la víctima, es muy duro». Sara sigue en tratamiento psicológico desde entonces.
Pero hay gente que cree en ellas. En el Instituto Nacional de Toxicología, dependiente del Ministerio de Justicia, por fin se lo han tomado en serio. El año pasado analizaron 130 muestras de casos de agresiones sexuales bajo la sospecha de la sumisión química. Este van por los 90. «Nos llegan muestras de toda España, pero muy pocos casos dan positivo. Se tarda en denunciar y los niveles que se encuentran de estas sustancias son muy bajos», ilustra Begoña Bravo, coautora del protocolo que se ha hecho llegar a todos los forenses del país.
En el Hospital Clínic, centro de referencia en Barcelona, analizan cerca de medio centenar de casos al año. Y va en aumento, aunque los positivos son también escasos. Pero más importante que el número sea quizás la decisión de tratar de acabar con las lagunas del sistema sanitario español que aumentan la indefensión. «Había muchas carencias», admite el profesor López-Rivadulla desde la Universidad de Santiago. «La sumisión química es un tema bien conocido en países vecinos, pero aquí el personal sanitario tenía total desconocimiento. Desde hace tres o cuatro años hemos empezado a hablarles de esto a los futuros ginecólogos. No tenían ni idea. Les llegaba una víctima y buscaban solo vestigios biológicos para determinar al agresor y se perdían datos que la propia víctima desconocía».
El poli drogado
Algo parecido le pasó a un médico de un hospital vizcaíno. «Se me presentó una chica de casi treinta años, llorando. Me contó que se había despertado desnuda en una lonja, solo tenía las zapatillas y los calcetines. No se acordaba de nada. Entre nieblas se quedó sola con un chico. Nada más y venía a hacerse las pruebas de embarazo y VIH. A mí me extrañó mucho, pero la verdad es que no tenía ninguna razón para inventarse todo eso. Los tests se hacen gratis y sin pedir explicaciones. Su angustia parecía real. Le derivamos a la Policía y todo quedó ahí, como el caso de otra chica que llegó con hematomas pero tampoco recordaba nada».
En Cataluña están especialmente sensibilizados con el asunto. Sanidad y Policía, aunque los últimos anden más despistados: «Ni los Mossos ni nosotros tenemos ningún tipo de protocolo específico para actuar en estas situaciones tan difíciles y donde la rapidez es primordial», critican desde el Sindicato Unificado de Policía, SUP. «Y lo peor es que tampoco vemos ninguna voluntad de meter mano al asunto, y los casos se están disparando. Las denuncias crecen y crecen, pero es muy difícil llegar a probar nada si no derivamos a las chicas a los hospitales con rapidez y allí les hacen las pruebas exactas. Nosotros deberíamos tratar de controlar más la venta de escapolamina en internet, lo que los sudamericanos llaman burundanga. Hay que tomárselo muy en serio y no se está haciendo». Si bien, en los laboratorios forenses de Santiago Madrid y Barcelona aseguran que la cacareada escapolamina «es meramente testimonial. De cien casos, sale uno».
El colmo de todos los colmos para un poli que persigue la sumisión química es que se la hayan pegado en una convención internacional. Ocurrió en Hospitalet hace un par de años. «No me enteré de nada. Al acabar las reuniones fuimos a tomar algo. Lo mío fue solo un gin-tonic, cogí un taxi y a casa. A la mañana siguiente mi mujer me dijo que estropeé un bafle al caerme al suelo, que balbuceaba mucho... y no recuerdo nada. Me la echaron fijo», cuenta el experto.
Quizás la peor parte se la lleven las adolescentes. En la inmensa mayoría de las agresiones a mayores o menores digamos que las circunstancias, el contexto, «es perjudicial para la mujer porque han consumido alcohol y a veces otra droga de forma voluntaria». Explicar todo ese potaje cuando tienes 16 años es complicado. Icíar se lo calló tres días y al cuarto soltó la bomba en casa: «Estaba bastante 'pedo' y no me acuerdo de mucho más. Lo veo todo muy borroso, creo que me violó, porque mis amigas me encontraron con los pantalones bajados». Ocurrió en una playa de Valencia este verano. La familia no ha podido hacer nada. Los médicos confirmaron que la chica había mantenido relaciones sexuales, pero no encontraron ni una sola huella química. 
 
Lo que dicen los expertos, no Internet
(FUENTE: EL CORREO).

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