lunes, 17 de junio de 2013

En las turberas de Dinamarca han aparecido durante siglos cadáveres momificados.



"Tengo el placer de enviarles el tradicional cadáver anual de Borremose". Esta frase, que fuera de contexto resulta bastante inquietante, formaba parte de una carta de cortesía escrita por Vestargaard Nielsen, ilustre director del Museo de Vesthimherland (Dinamarca). Firmada el 23 de julio de 1948, la misiva completaba el envío al Museo Nacional de Copenhague del cuerpo momificado naturalmente de una mujer de la Edad del Hierro encontrado en la turbera de Borremose, un lugar en el que, como se deduce del texto, este tipo de hallazgos se daban con cierta frecuencia.
"Durante siglos se ha extraído turba de los tremedales daneses como combustible para los hogares, para proteger del frío invernal y preparar la comida. Y, durante todo ese tiempo, personas bien conservadas y de color oscuro han aparecido inesperadamente entre las capas de la turba, para sorpresa, susto o asombro de los excavadores", escribe el arqueólogo danés Peter Vilhelm Glob (1911-1985) en 'La gente de la ciénaga', su estudio fundamental consagrado a estos cadáveres, publicado en 1965 y editado por primera vez en castellano en 2012 (ed. Marbot), en una versión que incluye datos actualizados de los hallazgos. En el abultado currículo de Glob, que fue director del Museo Nacional danés así como director general de Museos y Antigüedades del país, destacaban los estudios de dos de los más 'famosos' de estos cuerpos, el Hombre de Tollund y el Hombre de Grauballe, que le convirtieron en la autoridad de referencia en la cuestión de 'las momias de los pantanos', decenas de cuerpos que durante la Edad del Hierro (aunque los hay anteriores y posteriores) fueron depositados en las ciénagas del norte de Europa y se conservaron gracias a las peculiares propiedades químicas de la turba.
Los de estas momias naturales no eran enterramientos comunes, y de hecho diferían de los ritos funerarios 'normales' de su época. Estos hombres y mujeres fueron sacrificados o ejecutados antes de ser depositados en las ciénagas. ¿Por qué? Glop consagró buena parte de su carrera a intentar responder a esta pregunta. Sus respuestas todavía son objeto de debate.
La gente de la ciénaga
P.V. Glob en una turbera danesa
"P.V. Glob fue uno de los primeros arqueólogos daneses en acudir al escenario cuando fue descubierto el Hombre de Tollund, esta experiencia le afectó profundamente", explica Heather Pringle en 'El enigma de las momias' (ed. Grijalbo). El cadáver de Tollund fue hallado el 6 de mayo de 1950 por dos cortadores de turba. Estaba en tan buen estado que los descubridores avisaron a la policía local de Silkeborg porque temieron que se tratara de la víctima de un crimen reciente. Como la aparición de cuerpos prehistóricos en las ciénagas era un fenómeno relativamente frecuente, también se dio aviso al museo local, desde donde a su vez llamaron a Glob, que estaba dando clase en la Universidad de Arhus.
Todo sucedió muy rápido y en unas horas el arqueólogo estaba examinando el muerto 'in situ'. Esto era novedoso, porque lo normal hasta entonces era que estos cuerpos fueran pasando de unos a otros, con el consiguiente deterioro, hasta que alguien decidía llevarlos al museo más cercano o sepultarlos de nuevo. Glob decidió llevarse el muerto sin desenterrarlo, envuelto en la turba cortada en un gran bloque encerrado a su vez en un cajón. Todo ello pesaba una tonelada. Trasladarlo al museo no fue fácil y uno de los operarios falleció de un infarto causado por el esfuerzo. Esta muerte afectó mucho a Glob, Que "vio en ello algún tipo de justicia poética", según Pringle. "La turbera -escribe el arqueólogo danés en 'La gente de la ciénaga'- exigía vida por vida, un nuevo ser humano a cambio del hombre de la Antigüedad".
Una muerte violenta
El Hombre de Tollund estaba desnudo. Solo llevaba un gorro de cuero y un cinturón. En palabras de Glob, "yacía como si durmiera sobre el húmedo lecho, con la cabeza echada un poco hacia delante, los brazos y las piernas doblados, descansando sobre un costado. El rostro tenía una expresión dulce: ojos entrecerrados, labios suavemente unidos como en una silenciosa plegaria". Pero el final de este hombre no había tenido nada de dulce: lo asfixiaron con una cuerda que todavía conservaba enlazada alrededor del cuello. Lo que distingue al Hombre de Tollund de sus iguales descubiertos antes es que fue el primero en ser objeto de un estudio científico en toda regla y de una autopsia. Su estado de conservación era excepcional. Llevaba el pelo corto (4-5 centímetros) y se había -o lo habían- afeitado. Se conservaban las marcas de la soga en el cuello. "Aunque las vértebras cervicales no parecían dañadas, los forenses y los médicos que participaron en la investigación compartían la opinión de que no había sido estrangulado, sino colgado", detalla Glob. Los órganos internos estaban bien conservados, así como los canales digestivos, "extraídos por el Dr. Hans Helbaek a fin de determinar cuál fue la última comida del muerto". El resultado de este estudio fue algo desconcertante. Horas antes de ser asesinado, el Hombre de Tollund había comido una especie de papilla o puré compuesto de "plantas muy desmenuzadas y trozos de frutas y semillas", entre ellos "cebada, linaza, camelina y acederilla, combinadas con muchas malas hierbas que debían crecer en los campos cultivados".
La gente de la ciénaga
El hombre de Tollund, con la soga con la que fue ahorcado
Dos años después, el 26 de abril de 1952, una cuadrilla dedicada a la extracción de la turba encontró otro de estos cadáveres en buen estado en Grauballe, unos veinte kilómetros al este de Tollund. "Se podía ver de inmediato que estaba tumbado en una fosa excavada en una capa de turba muy antigua". Estaba desnudo y, como el de Tollund, este hombre también había tenido una muerte violenta: "En la garganta se veía un largo corte que iba de oreja a oreja, tan profundo que el esófago estaba completamente seccionado. Esta herida fue realizada probablemente por otra persona, mediante varios cortes; la dirección y el aspecto del tajo hacen imposible que pueda tratarse de un suicidio o que se produjera después de la muerte". La desnudez del cuerpo era un problema para los arqueólogos: el cadáver no estaba acompañado por ningún objeto que facilitara su datación.
El estado de conservación del cadáver de Grauballe era excepcional, hasta el punto de que todavía tenía los globos oculares y se le pudieron tomar las huellas dactilares de pies y manos. De haberse tratado de un difunto contemporáneo, habría sido identificado sin ningún problema por la Policía. El color del pelo, de unos 15 centímetros de longitud, era castaño rojizo, aunque es probable que hubiera sido alterado por la turbera. Se había -o le habían- cortado las uñas de pies y manos.
La gente de la ciénaga
La mano derecha del Hombre de Grauballe, con las uñas cortadas
La última comida
El estudio del aparato digestivo también determinó que había ingerido una última comida vegetariana, aunque sus dientes y huesos indicaban que esa no había sido su dieta habitual. La 'papilla' estaba hecha de una mezcla de semillas más elaborada incluso a la del Hombre de Tollund, un total de 66 especies distintas. Eso sí, entre ellas no había "rastro de frutos de verano o de otoño". Esta característica es común en las 'últimas comidas' conservadas en estos cadáveres. Por ello hay motivo para suponer que se les mataba "durante el invierno o a principios de primavera, antes de que todo se volviese verde" y que probablemente tenían algún sentido ritual.
Además de las polémicas científicas, el Hombre de Grauballe también dio lugar a una controversia mediática bastante chusca y cuya principal víctima, además del muerto en cuestión, fue el propio Glob. El cadáver conservaba tan bien sus rasgos que aparecieron personas que afirmaron que era reciente y sabían de quién se trataba. Una anciana de la comarca aseguró a la prensa que el muerto era Kristian 'el pelirrojo', un trabajador de la turbera y cliente asiduo de la taberna del pueblo de Svostrup, de la que había salido años atrás con una curda memorable y del que nunca más se supo. Aparecieron otros señores muy mayores que apoyaron la teoría de que la momia era Kristian, "que en plena borrachera debió de hundirse en la ciénaga, ahogarse y desaparecer 70 años atrás", recuerda Glob sin ocultar su perplejidad.
La gente de la ciénaga
P.V. Glob con los trabajadores de la turba de Grauballe
La prensa empezó a publicar reconstrucciones detalladísimas de las últimas andanzas del borrachín Kristian, mientras los científicos aseguraban que la momia era antigua de veras. Los periódicos acabaron publicando poemas satíricos que incluían versos hirientes como "Hasta Glob algún día se habrá enterado / de que en las turberas hay gato encerrado". Afortunadamente el radiocarbono acudió en ayuda del desconcertadísimo arqueólogo, que pudo leer al fin titulares como "Kristian 'el pelirrojo', destruido por los átomos. Los isótopos radiactivos han confirmado que el hombre de Grauballe tiene 1.650 años". El radiocarbono acabaría situando al Hombre de Grauballe mucho más atrás en el tiempo, en algún momento en torno a 300 aC (y al de Tollund en torno a 400 aC).
El Hombre de Grauballe era antiguo. Tanto como el de Tollund y como los otros muchos que aparecían en las turberas de Dinamarca desde hacía siglos. Los primeros descubrimientos documentados en dicho país (hay casos anteriores en Irlanda y Alemania) se dan en la segunda mitad del siglo XVIII. Un hallazgo realizado en un "tremedal de la isla de Fionia hace 200 años fue objeto de una nota publicada en un periódico local de Odense el viernes 18 de junio de 1773, enviada por Hans Christian Fogh, juez de primera instancia del partido judicial de Ravnholt", detalla Glob. La noticia tenía como fin "obtener si era posible alguna información sobre un cadáver de la turbera". El juez observaba, comparando con otros cuerpos encontrados, que aquel cuerpo "debe de llevar allí muchos años". En 1797 apareció otro en la turbera de Undelev y los eruditos discutieron si se trataba de "un tártaro o un gitano, o incluso un antiguo cimbrio".
Enterrados y desenterrados
Normalmente estos cadáveres eran sepultados de nuevo en el cementerio del pueblo más cercano. Así que, cuando los estudiosos empezaron a interesarse por el asunto en el siglo XIX, algunos fueron exhumados para su estudio. Es el caso del cuerpo de una mujer hallado en 1843 cerca de Corselitze y que, según Glob, "destaca por ser el único de los hallazgos de las turberas que incluía joyas, un alfiler de bronce y siete perlas de vidrio", objetos que permitieron datar el cadáver hacia 300 de nuestra Era. El príncipe heredero del trono danés, Federico (Federico VII tras su coronación en 1848), gran aficionado a las antigüedades y entusiasta excavador de túmulos, se encargó de exhumarlo y de enviar los restos al Museo Nacional.
En el momento en el que Glob escribió su libro (comienzos de los años 60 del siglo pasado) en Dinamarca se habían encontrado 166 cuerpos de las turberas. "La mayoría de los que pueden datarse se sitúan en el periodo entre los años 100 aC y 500", especifica el arqueólogo, pero muchos de los que menciona han sido datados de nuevo en los últimos años con métodos más precisos, por lo que el arco cronológico se ha abierto por el extremo más antiguo y abarca de 400 aC a 500. Es la Edad del Hierro, que en Dinamarca se dividía convencionalmente en dos fases: la temprana o céltica y la romana, situándose la transición en torno al cambio de Era.
La gente de la ciénaga
Cadáver encontrado en la turbera de Nederfrederik en 1892
Durante todo ese tiempo, muchos hombres y mujeres, adultos y jóvenes, incluso niños, fueron depositados o arrojados a las ciénagas. Salvo alguna excepción notable, los ajuares son mínimos: un gorro, un cinturón, una esclavina de cuero... Todos tienen algo en común: fueron víctimas de una muerte violenta y los depositaron en estos tremedales de forma muy diferente a los ritos funerarios normales de sus contemporáneos: incineración, con los restos enterrados en una urna o envueltos en una tela, en la Edad del Hierro temprana; inhumaciones en tumbas con ajuares completos en la romana. Algunos de los cuerpos de las turberas estaban fijados al suelo con estacas en forma de gancho. Inmovilizados, lo que no deja de ser asombroso tratándose de cadáveres. ¿Por qué fueron depositados así?
Se han barajado tres explicaciones básicas. Una, basada en el folclore histórico, sugiere que eran muertos considerados 'malos' o 'malditos' que debían ser apartados del resto e inmovilizados para impedir su regreso de ultratumba. La segunda, basada sobre todo en la 'Germania' del historiador y político romano Cornelio Tácito (h. 55-117), apunta que se trataba de criminales o proscritos ejecutados. “Las penas se dan conforme a los delitos. A los traidores y a los que se pasan al enemigo ahorcan de un árbol, y a los cobardes e inútiles para la guerra y a los infames que usan mal de su cuerpo ahogan en una laguna cenagosa, echándoles encima un zarzo de mimbres”, escribió Tácito, un autor que se basó en relatos orales y fuentes secundarias para describir las costumbres de los pueblos al este y al norte del Rin. La tercera explicación, también apoyada en los escritos de Tácito, es la que defiende Glob: los cadáveres de los pantanos fueron víctimas de sacrificios rituales propiciatorios.
La gente de la ciénaga
Vista aérea del poblado de la Edad de Hierro de Borremose
Ofrendas de los pantanos
"Resulta patente que la deposición de estos cuerpos no guarda relación alguna con las costumbres funerarias normales, sino que en muchos de sus rasgos coincide con otros hallazgos de ofrendas realizadas en turberas", afirma el arqueólogo. "En las turberas también encontramos ropas y trenzas de mujer, carros y arados, objetos todos ellos depositados por campesinos o nobles según su calidad. Más importantes aún para la comprensión de la gente de las turberas son las imágenes de los dioses de la época", que aparecen también en estas ciénagas.
Tácito dice que "en una época fija se reúnen a través de embajadas las tribus de igual denominación y de la misma sangre en una selva consagrada por los augurios de los antepasados y por un miedo arraigado, e, inmolando oficialmente a un hombre, celebran los horribles preámbulos de su bárbaro rito". Para Glob, esta cita lleva a pensar sobre todo "en el Hombre de Grauballe, que yacía degollado, señal de un sacrificio realizado para que la sangre de la víctima manara hacia la divinidad a la que se quería honrar".
Por supuesto, se ignora con qué criterios se escogía a la víctima, aunque Glob sugiere que en varios casos se puede demostrar que eran elegidos entre personas de cierta relevancia social: las cuidadas manos del Hombre de Grauballe indican que no había trabajado con ellas. Es llamativo en una sociedad compuesta fundamentalmente por agricultores y pescadores que vivían en aldeas rodeadas por empalizadas (como la de Borremose, junto a la turbera en la que apareció el "tradicional cadáver anual" de Nielsen), a veces auténticas fortificaciones, pero en la que existía una clase noble guerrera que ha dejado magníficos enterramientos con ricos ajuares. (FUENTE: EL CORREO).

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