lunes, 22 de julio de 2013

Agresiones en el entorno familiar de hijos a padres.

«Mi hija me maltrata. Siempre se queja de que no le preparo la comida que le gusta, protesta porque no le doy más dinero, me insulta y me humilla diciendo que no soy capaz de buscar otro trabajo más decente. A veces me pide que la deje en paz, que me vaya a un asilo, y cuando vienen sus amigas me manda a comprarles cerveza y no me deja salir de mi cuarto ni para ir al baño.Yo la quiero demasiado, es lo único que tengo en el mundo, pero me hace sufrir mucho. Ya me ha puesto la mano encima dos veces, tengo la autoestima tan baja que no sé quién soy». La protagonista de esta historia tiene 53 años y su «niña», 19. Puede que vivan en Bizkaia o puede que no, pero su situación no es muy diferente a la que reflejan algunos de los casos de violencia filio parental que afloran en el territorio cada vez con más asiduidad. El Programa de Intervención Especializada en adolescentes de la Diputación atendió durante el pasado año a 62 chavales por agredir a sus familias. El número de incidentes detectados ha crecido un 148% desde que el equipo de ayuda foral empezara a trabajar, en 2009.

Abuso físico, psicológico y económico. Las agresiones en el entorno familiar son un problema cada vez más visible, aunque no se han manifestado de la noche a la mañana. «Han existido siempre, antes aparecían asociadas a jóvenes con trastornos mentales o drogodependientes y a un estilo educativo autoritario en el que los padres controlaban a sus hijos apelando a castigos físicos que luego eran imitados», señalan los técnicos del área de la Mujer de la Diputación. Las tornas han cambiado. «Los niños crecen ahora en entornos donde nadie pone barreras, se evita cualquier acontecimiento que les pueda suponer una frustración y acaban desarrollando un comportamiento tiránico», explica la experta Bárbara Suárez en el estudio 'Violencia filio parental: aproximación a un fenómeno emergente'.

En Bizkaia, desde luego, lo es. Los psicólogos de la Diputación empezaron a tratar casos de violencia adolescente hace cuatro años y los casos se han multiplicado. Según sus propios datos, el servicio, totalmente gratuito, asesoró a las familias de 25 chavales el curso del estreno, a 49 el siguiente, 54 en 2011 y 62 el último. El acercamiento de los profesionales a cada hogar con problemas dura doce meses desde el momento en que los padres solicitan ayuda. El paso que más cuesta dar. «Hay chicos que llegan al servicio con 17 ó 18 años pero que ya protagonizaban episodios de esta clase con 12 ó 13», ha subrayado en varias ocasiones la responsable foral de Acción Social, Pilar Ardanza.

«De ese día no pasaba»

Pese a que los juristas aseguran que las denuncias se han incrementado desde que viera la luz la Ley Orgánica 5/2000, la que impone responsabilidad penal a partir de los 14 años, lo cierto es que las familias siguen siendo reacias a pedir ayuda hasta que no viven una situación «límite y desesperada». «Me propuse que de ese día no iba a pasar, que tenía que pedir ayuda porque si yo no estaba bien, si no tenía fuerzas, no podía hacer cambiar a aquella persona a quien adoraba y que se estaba haciendo tanto daño y estaba destruyéndonos a todos». Quien habla es Arantza -nombre ficticio-, una de las madres que ha puesto su caso en manos de la Diputación recientemente, superando las reticencias que invaden a todos los progenitores. «Tienen sentimientos de frustración y de culpa -argumentan los expertos forales-, creen que han fracasado como padres y tienen miedo a que la situación empeore y a que se les juzgue por no haberlo sabido hacer mejor con sus hijos». O hijas. Hace ya un par de cursos, los expertos alertaron sobre la proliferación de casos protagonizados por niñas. En 2009 eran 7 las identificadas y en 2011, 30, superando por primera vez el número de varones. El pasado año pasaron por el programa 22 chicas.

El informe sobre violencia filio parental señala que los servicios forales atendieron en 2012 a 60 familias, de las que el 26% acabó interponiendo una denuncia contra su hijo. Los registros también desmontan el mito de que los agresores carecen de formación -sólo el 13%-, aunque casi la mitad reconoció consumir algún tipo de sustancia tóxica y es más habitual que estos casos se produzcan en hogares monoparentales y en los que han existido antecedentes de violencia de género. Las madres son las más afectadas por la ira de sus vástagos: en todos los casos analizados sufrieron vejaciones psicológicas y en seis de cada diez, maltrato físico. La mitad de los padres también se ven implicados en unos casos que la Diputación trata de corregir a través de terapias individuales y familiares y atención socioeducativa. «Se van reajustando los roles, se genera confianza y todos encuentran alguien con quien hablar». (FUENTE: EL CORREO).

No hay comentarios:

Publicar un comentario