jueves, 5 de marzo de 2015

¿Por qué algunos soldados de la Guerra de Secesión brillaban en la oscuridad?


En la primavera de 1862, un año después de estallar la Guerra Civil estadounidense, el general Ulysses S. Grant había entrado en territorio confederado a lo largo del río Tennessee. A principios de abril estaba acampado cerca de Shiloh a la espera de reunirse con las tropas del Mayor del Ejército Carlos Buell.

En la mañana del 6 de abril las tropas confederadas situadas fuera de la cercana Corinto, Mississippi, lanzaron una ofensiva sorpresa contra las tropas de Grant con la esperanza de derrotarlas antes de que llegaran los refuerzos. Los hombres de Grant consiguieron mantener a raya algo de terreno y establecer una línea de batalla con su artillería. La lucha continuó hasta la noche y a la mañana siguiente toda la fuerza de la Ohio había llegado de tal manera que el ejército Unionista superaba en más de 10.000 hombres al Confederado.

Las tropas de la Unión comenzaron obligando a los confederados a dar la vuelta pero con el tiempo los comandantes del Sur se dieron cuenta de que no podían ganar y se replegaron a Corinto, pensando llevar a cabo otra ofensiva más tarde. En total la batalla de Shiloh dejó más de 3.000 soldados muertos y 16.000 heridos; los médicos de ambos bandos no estaban preparados para tal carnicería.

Las heridas de bala y bayoneta eran de por sí bastante graves pero además los soldados de la época eran muy propensos a las infecciones ya que las heridas contaminadas por la metralla o la  suciedad se convertían en refugios cálidos y húmedos para las bacterias. Después de meses de marchar y comer raciones de campaña en el frente de batalla, los sistemas inmunológicos de muchos soldados estaban debilitados y no podían combatir la infección. Incluso los médicos militares estaban atados de piés y manos; por aquellas fechas los microorganismos no eran bien conocidos y el análisis específico sobre los gérmenes y antibióticos quedaba todavía a unos cuantos años de distancia, razón por la cual una gran cantidad de combatientes perdieron la vida a causa de infecciones que la medicina actual es capaz de cortar de raíz.
 





Una mancha brillante.

Muchos soldados de Shiloh se sentaron en el barro durante cuarenta y ocho lluviosas horas esperando atención médica. Al caer la primera noche, algunos de ellos notaron algo muy extraño: sus heridas eran brillantes, lanzando una luz tenue en la oscuridad del campo de batalla. Aún más extraño resultó que cuando las tropas eran finalmente trasladadas a hospitales de campaña, aquellos cuyas heridas brillaban tuvieron una mejor tasa de supervivencia y sus heridas se curaban de forma más rápida y limpia que las de los que no las tenían iluminadas. El efecto aparentemente protector de la luz misteriosa se ganó el apodo de "Resplandor del ángel."

En 2001, casi ciento cuarenta años después de la batalla, un joven
de diecisiete años de edad llamado Bill Martin estaba de visita en el campo de batalla de Shiloh con su familia. Cuando se enteró de las heridas que brillaron intensamente le preguntó a su madre, una microbióloga en el Servicio de Investigación Agrícola que había estudiado sobre las bacterias luminiscentes. Ella le respondió: "haz un experimento para averiguarlo" y eso es justo lo que Bill hizo; se unió a su amigo Jon Curtis e hicieron una investigación sobre las bacterias y las condiciones durante la batalla de Shiloh. 

Aprendieron que la bacteria Photorhabdus Luminescens, la que la madre de Bill había estudiado y que él pensó que podría tener algo que ver con las heridas que brillaron intensamente, vive en los intestinos de los gusanos parásitos llamados nematodos, y que los dos comparten un ciclo de vida extraña. Los nematodos cazan larvas de insectos en el suelo o en la superficie de las plantas, excavan en sus cuerpos y se instalan en sus vasos sanguíneos. Allí dentro vomitan las bacterias Photorhabdus Luminescens, que viven dentro de ellos y tras su liberación poseen un resplandor bioluminiscente azul suave, comienzan a producir una serie de sustancias químicas que matan el insecto huésped además de frenar y matar a todos los otros microorganismos. Esto deja al Photorhabdus Luminescens y a sus "socios" nematodos (*) alimentarse, crecer y multiplicarse sin interrupciones.

Como los gusanos y las bacterias comen insaciablemente y el cadáver del insecto dura lo que dura, el nematodo finalmente se come las bacterias. Esto forma parte de la estrategia para que las bacterias alcancen los pastos más verdes; después recolonizan las entrañas del nematodo y viajan cómodas en busca del cadáver de un nuevo huésped.

En cuanto a los registros históricos de la batalla, Bill y Jon se dieron cuenta de que tanto las condiciones climatológicas como las del suelo eran las adecuadas para la bacteria
Photorhabdus Luminescens y los gusanos nematodos. Si bien sus experimentos de laboratorio con la bacteria mostraron que no podían vivir en la temperatura del cuerpo humano, el que los soldados estuvieran dos días bajo la lluvia durante el mes de abril en un lugar verde y fresco como Tennessee provocó que sufrieran hipotermia durante las noches, bajando su temperatura corporal hasta el punto de facilitar la llegada y reproducción de la bacteria y los gusanos en sus heridas.

Por último, el hecho de que la tasa de supervivencia de los soldados con heridas luminiscentes fuera superior a aquellos que no las tenían se debió a la mezcla de componentes químicos que la Photorhabdus Luminescens empleó para vaciar y hacerse un lugar en las heridas, ayudó a matar a otros elementos patógenos existentes en ellas.

(*) Hoy en día se sabe que los gusanos nematodos provocan en el ser humano diversas enfermedades. Entre las relacionadas con el aparato digestivo se pueden citar la triquinosis (consumo de carne), la anisakiasis (consumo de pescado) y la oxiuriasis o enterobiasis (escozor anal nocturno provocado por los oxiuros, llamados comúnmente lombrices).


 

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